Margarita


Margarita es un gusano. No, no me refiero a que sea una persona despreciable sino a que es un gusano de tierra. Ella vive en una caja negra, sola, frecuenta pensar que no necesita a nadie, que con el alimento y el espacio que tiene en el mundo le basta, pero ella y yo sabemos que no es así, la he visto arrastrarse de madrugada por la tierra para contemplar nostálgicamente una única estrella que le interesa.

Resulta que, hace muchos años, en tiempo gusano, Margarita no estaba sola. Estuvo enamorada y dio toda su alma a Paúl, un gusano amarillo que causaba sensación en el jardín. Se amaron con pasión largo tiempo hasta que un niño lo aplastó simplemente porque no le agradaba su naturaleza mojada y resbalosa, porque le resultaba asquerosa su forma de vida.

Margarita pasó noches enteras llorando por su soledad, creando en ella la imagen perfecta de Paúl. Por un tiempo, odio al asesino, quiso justicia, quiso crecer y aplastarlo con la misma inconciencia con la que aplastaron a su novio, pero una tarde, en que las flores estaban siendo cortadas y condenadas a secarse en un florero por la que pensó era la madre del niño, la vio. Precisamente cuando la estaba quemando la impotencia, apareció.

Lejana, esperanzadora, fantasiosa pero posible, era una estrella. Una estrella en que la belleza se puede apreciar a distancia y hacerse propia con la posibilidad de cuidarla. Muchos años se le han ido contemplando a la estrella, tantos que nunca se podría saber con certeza cuantos.

Por eso vive sola en la caja negra, los otros seres la acusan de loca, de ingenua por publicar sus ideas para conquistarla y la han condenado a la soledad, por eso se siente a la altura de las flores y de Paúl. Para no sentir el dolor dibuja corazones, ojos brillantes que miran en la altura una estrella, una estrella que la ha cautivado desde la última vez que se enamoró, que probablemente nunca sentirá y que se convierte noche tras noche en el sueño de otros miles de marginados alrededor del mundo.

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