MI BICI AZUL

Tuve una bici, mi tía un día llegó con ella, era verano, un verano cálido, un diciembre nuevo, apenas estaba creciendo, estaba en esa edad en que la cabeza es más grande que el cuerpo y aún no cambiaba los dientes. La bici era azul, mi tía llegó a mi casa con ella en los brazos, tenía un moño blanco de regalo, mi cara se transformó de inmediato, creo que nunca he sonreído tanto, una bici era todo lo que quería, todos los niños del pasaje tenían una, mi prima tenía una, yo no tenía nada y una bici es lo mejor que se puede tener, aún a los cinco años.

Ese verano fui feliz. Jugué toda la tarde en el pasaje, los vecinos se sorprendían de que yo, yo que era un niño al que todos miraban con pena y sin poder evitar sentir lástima, tuviera una bici. Por primera vez pude salir a jugar con el resto y conocer mi barrio, mis papás me dejaban salir lo que quisiera, ellos siempre vivían en otro lugar, ahora lo sé, para mí eran lo mejor, nunca cuestioné su cariño, me trataban con mucha dulzura aunque nadie pensaba eso. Ellos eran muy jóvenes, demasiado jóvenes, ni siquiera habían terminado el colegio, antes vivíamos con mi abuela, pero ella murió y la casa quedó solo para los tres, desde ese momento las cosas se hicieron pesadas. Día a día veía a mi mamá ir de acá para allá, sentarse, fumar, gritar, exasperarse con facilidad, aunque su pueril rostro adolescente sólo tenía sonrisas para mí, oía lo que decían los demás, los niños solían decirme que mis papás eran unos volaos, que no me querían y no se preocupaban por mí, yo sabía que no era cierto, sentía que me querían, aunque a veces se les olvida que era hora de almorzar o que un niño de cinco años no debe estar en la calle a las once de la noche. Mi bici lo arreglaba todo. Cuando todos se entraban y yo no o cuando mis papás desaparecían, yo paseaba en bici, iba donde mi tía que vivía unas casas más allá y ella me bañaba, me hacía un pancito y me invitaba a quedarme. Mi mamá llegaba horas después hecha una loca, con los ojos desorbitados y me abrazaba con fuerza, se disculpaba, aunque no tenía para qué yo no sentía nada malo por ello y miraba a mi tía con cara de agradecimiento, ella nunca le reprochó nada, me quería, la quería a ella, era su hermana menor como no la iba a querer.

Mi papá pasaba horas tomando sol en la esquina, fumando, tomando, por ahí eran así todos los días iguales, todos los días hacían lo mismo. Poco tiempo después que murió mi abuela nos quedamos sin muebles, uno a uno fueron desapareciendo. Ellos discutían constantemente, mi mamá rompía las pocas cosas que teníamos y gritaba, lo abofeteaba, él le sujetaba las manos siempre y gritaba con más fuerza, luego lloraban abrazados y cerraban la puerta de la pieza para mí. Yo me iba en mi bici. Siempre me iba en mi bici, cuando a todos los niños les prohibieron juntarse conmigo yo me montaba en la bici y me iba lo más lejos que podía, es decir, hasta la avenida. Otros días estaban mudos, no había nada y se sumergían en el letargo, sus movimientos se hacían lentos, sus respuestas escasas, sus ojos se vaciaban, una angustia y un dolor profundo los alejaba de mí, sus amigos iban siempre y me mandaban a dormir. Mi tía iba por mí siempre que el volumen de la música era muy alto, yo dormía con mi prima que tenía un año más y que me hacía cariño en el pelo hasta que me dormía, a ella también le daba pena. Todo ese año fue distinto gracias a mi bici. Llegó marzo y mi tía se fue a vivir al otro lado de la avenida, para mí la distancia era inquebrantable y pensarlo me asustaba, me sentí un poco abandonado, pero no fue así. Me inscribieron en el mismo colegio que a mi prima y al medio día mi tía iba por mí mientras mis padres aún dormían, me lavaba, me peinaba y me llevaba a su casa a comer, decía que mis papás se levantaban muy tarde y que si esperábamos que cocinaran ellos llegaría tarde a estudiar. La parvularia del jardín era especialmente cariñosa conmigo y no se enfadaba porque no supiera orinar de pie aún ni porque mis mocos colgaban amenudo. Repetí primero básico a pesar de los esfuerzos que hacían mi prima y mi tía por enseñarme a leer, mi mamá también lo intentaba, ella no quería ser mala, lloraba mucho, sentía culpa, pero estaba más allá, a veces se perdía en su mente y desaparecía, era eso. Mi bici me dio valor y después de un tiempo aprendí a cruzar la avenida, mis dientes se picaron y mi mamá terminó de vender todo lo que teníamos, mi papá desapareció, se fue… no lo volví a ver ese año, mi mamá se adelgazaba, ya nada le quedaba bueno y comenzó a trabajar de noche por lo que empecé a quedarme siempre con mi tía, las cosas para mí empezaron a mejorar, tenía nuevos juguetes, pero mi tía y mi mamá cada día se llevaban peor, por lo que dejó ese trabajo y las cosas adquiridas volvieron a desaparecer, mi papá volvió y ahora ambos pasaban el día en la esquina y yo los acompañaba en mi bici. Esa bici azul… un día llegué a casa y no estaba, sólo estaban mis padres con los ojos enormes mirando el techo, viendo como se derrumbaba su vida y como yo me perdía llorando calle abajo porque sabía que mi bici no volvería.

Comentarios

  1. que bonito, en mi cuento la bici era amarilla.
    se despertaba temprano, muy, para poder salir en ella.

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