Cerró el libro y sintió de pronto que las piernas le tambalearon y que los colores no eran los mismos que había visto esa mañana, puede ser la luz del sol que avanzando por el cielo penetra de distinta forma en lo que nos rodea, pero sabía que no era eso. Cerró el libro y de pronto se quiso echar sobre la tierra seca a dormir a pensar en que antes, quizás mucho antes de su bisabuela, eran escasos los seres humanos que por ahí transitaban, que los árboles firmes se elevaban en esa misma tierra, que la fauna deambulaba libre en ese mismo espacio, como ella nunca lo haría, como ella nunca lo hizo. No lloró. ¿De qué sirve llorar? Se preguntó, en verdad no sirve de nada y lamentarnos por lo que nunca conocimos, por lo que ni siquiera sabemos a ciencia cierta si fue así o no, quizás podemos creer un poco en los libros, quizás no, en qué se puede creer,  pensó, en los amigo, tal vez, si se diluyen en el tiempo, si quedan atrás en algún momento, si toman su chaqueta de pronto y caminan hacia otros rincones y nunca vuelven la cara para despedirse si quiera. En la nada. De pronto todas la certezas se escabullen, el sol ya desaparece tras el cerro, las estrellas comienzan a iluminar, vez una y sin quererlo aparecen millones alrededor, conmovedor espectáculo, que no hace sino más que incrementar la sensación de nada, de nulidad.

Tendida las miro una a una, o hizo lo posible por abarcarlas todas, tan distantes en tiempo en espacio que su mente no alcanza a comprender, el cielo oscuro, el agua que se acerca y se aleja, el viento, los árboles, todos hemos estado lejos de la ciudad y sentido el silencio, ese silencio que hace que la voz sin palabras que está en nuestro interior se escuche más fuerte y nos incite a existir, a sobrevivir, a disfrutar de la inmensidad a capturar y aprovechar esa nada que somos, a pesar de lo angustiosa que puede llegar a ser, como sentir que somos un simple globo que sube y que está condenado a explotar, a no ser nada y que nadie lo sostiene más que él mismo, en la inmensidad que es lo mismo y sólo tienes ese tiempo, ese tiempo en donde te elevas sin poder retroceder ya y puedes ponerte a llorar y odiar todo o sonreír. A veces es mejor sonreír, otras simplemente no se puede y no se puede tampoco fingir que puedes sonreír, esos segundos en los que vivimos, esos segundos que tenemos para ser nada es lo único, luego vienen otros globos otras personas, que ni siquiera conocerán tu nombre, ni tus amores, ni tus esperanzas, como son los que existieron antes para nosotros, con escasas excepciones que circulan falseadas, glorificadas o calumniadas, pero inabarcables en su totalidad.

Cerró los ojos unos minutos y muchos rostros, demasiados rostros, demasiadas manos, demasiados ojos, algunas palabras incompletas, algunos deseos y una que otra cosa la hostigaron, qué serán de ellos… nada, y vale la pena vivir esos escasos segundos, para qué atormentarse entonces, por qué, maldita sobrevaloración de todo, de la humanidad, malditos animales con aires de grandeza, quiso arrancarse ese sentimiento (¿puede ser un sentimiento?, ¿ puede ser un pensamiento) de ella, tantos años luchando contra lo mismo, contra esa hostigante voz interna, contra esa maldita angustia, contra esa rabia y al abrir los ojos el cielo es violeta y la luz de los rayos surgen efímeras y violentas desde algún lugar allá bajo las nubes que acopladas parecen una sola y pensó que era hermoso, que ella ahí sobre la tierra seca mirando el cielo infinito y los rayos romperse en furia interrumpiendo el morado del cielo llenado todo de luz, cegando sus ojos unos instantes, todo eso era hermoso y no necesitó nada más por un segundo, mientras estuvo ahí y era simplemente todo lo que valía en ese entonces, solo necesitaba aprender a vivir con ella misma y quizás nunca lo haría.

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