Hace mucho que no te veía de ojos claros y piel contenta, hace mucho que no venías por estos lados de angustias y tristezas, hace mucho que no comentábamos días monótonos y ataduras viejas, que no compartíamos la inquietud de sueños muertos que punzan nuestra mente despiertas y durmiendo, hace mucho que no oía tu voz diciendo alguna incoherencia y eso es mucho.

Porque el tiempo ha pasado y aunque ya no somos niñas ni adolescente seguimos aquí, con meses entre los encuentros, pero al fin aquí, en silencio y conociéndonos de nuevo a casa instante, muchos años nos hemos mirado, tocado y escuchado, muchas veces quise huir contigo y dejar las mochilas, los pesos, las culpas, las escuelas, las ciudades, los amores, las presiones…

Nos sentamos en lo alto del cerro, lejos de los senderos (quién quiere senderos cuando se tiene dos piernas, bueno, yo quizás que soy bastante cobarde), nos sentamos entre la hierba azul de noche, encendí un cigarrillo y miré la ciudad amarilla y gris, la ciudad infinita, la ciudad putrefacta de vidas y muertes, de odios y rencores, de caminos y autos, de humo y flores secas, de flores muertas, miramos la ciudad y sentimos rencor, por estar aquí, por estar así, por perdernos en el paso de la vida, en tantos años de pocos intentos y profundas frustraciones, te miré de reojo, con el cabello claro y la sonrisa de payaso triste, te miré y no te diste cuenta, eras distinta a la que conocí, más silenciosa y adormecida, pero te quiero, quién sabe si yo soy la misma de aquellos años locos, de jumper y colaciones, de risueñas conversaciones en pupitres astillados, de profesores aburridos y compañeros alborotados. Te lo dije, las pastillas te han entumecido el cerebro, te lo dije, ya no te escucho cantar sueños, ya no quieres nada, a veces descansar bajo tierra y yo ajena un poco mordida ignorante de tu osadas travesías, te lo dije, te están consumiendo, las pastillas te mantienen en la tierra y tu voz callada de por sí sólo conoce el silencio, quizás soy egoísta, pero te dije que te prefiero a bipolar a muerta, ni muerta en vida ni muerta muerta, te prefiero riendo loca y precipitada aunque luego te lanzaras a las autopistas, así eres tú, enferma de este sistema y esta vida, no como ahora sonámbula desvelada. Te tomé la mano, sonreíste y cerré los ojos, quizás pocos espacios nos unen ya, quizás pocos tiempos, amiga, te dije con mi mano y te acaricié el alma con el viento, el alma ametrallada de incomprensión, hasta de mi propia incomprensión, amiga, no te vayas más, quédate acá conmigo, a mí también me duele el no sé qué de la vida.


Cerramos los ojos y dormimos a la ciudad, pero su bulla punzante y lastimera nos agredió una vez más, donde escondernos de las bocinas, los perros hambrientos aullando, los niños perdidos, los amantes náufragos, las sonrisas destruidas, dónde en la ciudad, la isla no es isla en medio del mar de cemento, lata, goma, humo, y la luz amarilla, naranja, verde, azul atravesó de todos modos nuestros parpados rojos, sufrimos por seguir aquí, te hablé de la imposibilidad de destruirlo todo en ese instante y desvanecernos en la nada, de arrancar la imagen de la ciudad despierta siempre transitando como un papel de una croquera y lanzarla lejos, como papel arrugado hacia la nada blanca, hacia el infinito ausente y quedarnos con la nueva hoja blanca, yo tengo crayones en la mochila, me dijiste, pero yo quiero pintar con flores y ramas el vacío. Todo fue una ilusión y bajamos el cerro calladas, entregándonos al bullicio y a la vida agónica que elegimos sin opciones.

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