VENGANZA SUICIDA


Cuando vi sus labios moverse para decir esas palabras que nadie quiere oír no escuché nada, miles de lágrimas desembocaron furiosas por mis ojos y sólo pensé en una cosa, sólo pensé en la venganza.
Llegué a mi casa y me hice un té, se enfrío esperando que lo bebiera, estaba perdida en mis pensamientos que se aglomeraban impacientes y me hacían estallar en lágrimas, empuñando los puños contra mis piernas me las hería, quería destruirlo todo antes de irme, todo lo que me quitó ser lo que era, me sentí más violada y manoseada que nunca, se acababa todo y sentía que nunca había comenzado a vivir realmente.
Desde que tenía cinco años, oí hablar de esa fábrica que iban instalar al lado de mi casa y del daño que nos haría, mi mamá siempre se opuso a su construcción, yo no entendía muy bien por qué, pero me vi muchas veces afuera de muchos lugares gritando junto a mis padres para evitar su edificación, sin embargo, finalmente, después de diez años, apareció a nuestro lado ahogando nuestra respiración con sus chimeneas tóxicas que no descansaban ni de día ni de noche. Mientras trataban de convencernos de que eran inofensivas, cada vez más vecinos amanecían enfermos y nuestros cuerpos se debilitaban evidentemente. Mis padres no descansaron hasta su muerte exigiendo que se fuera de ahí, éramos tan pobres que a pesar de anhelar cambiarnos de casa nunca pudimos hacerlo y nuestro grito de ayuda por nadie fue escuchado.
Y ahora estaba sentada yo ahí en el mismo living de siempre, con cuarenta años, dos hijos pequeños, mis padres muertos, con un nuevo compañero y mirando por la ventana como el cielo azul desaparecía sobre el incansable fluir de aquel humo tóxico que me hacía llorar de impotencia mientras mi propio cuerpo se autodestruía. Mis hijos llegaron, mi pareja, que no era su padre, había ido por ellos a la escuela, en cuanto me vio supo todo, les pidió que se lavaran las manos, sirvió comida para todos, yo fingí que nada pasaba, luego ellos fueron a jugar, él tomó mis manos y no aguante más. Lloré, me sentí desfallecer en sus brazos, vomité de rabia y dolor, él lo sabía todo, no preguntó nada… no me quedaban muchos días, mis células se reproducían sin control y ahogaban mi aliento poco a poco, nunca había fumado, nunca… fueron muchos años de exposición forzosa, quería vengarme, sólo eso quería.
Mis padres y muchos otros más sabían que nos mataría, es cierto que todos vamos a morir, pero quién quiere morir porque alguien te impuso vivir al lado de una fábrica cuando nadie te pidió tu opinión, además, quién quiere morir por algo que no es propio de la naturaleza, hubiera preferido ser devorada por un león que sentir que mi propio cuerpo me aniquilaba por no resistir a los embates de un gigante inescrupuloso que expelía incansablemente gases mortales.
Mi mente sólo pensaba en la venganza… mis hijos jugaban afuera ignorantes e inocentes respirando el mismo aire y felices por no saber nada. Yo no quería dejar esos brazos y esos brazos no me querían dejar a mí, era tan feliz, justo antes de saber aquello... era tan feliz, al fin era feliz, después de todo. Nos habíamos descubierto hace tan poco, un poco más de cinco años y nos queríamos tanto, él quería a mis hijos y sabía que no los dejaría a la deriva… pero la incertidumbre me aniquilaba y el odio me consumía.
En la noche hablamos, hablé, quería vengarme y él me ayudaría, yo sabía que me ayudaría, entre lágrimas le conté mi plan, luego reímos un rato, fue una risa maquiavélica pero la disfruté, me imaginé gozosa la maldita fábrica volando en mil pedazos, mis hijos lejos de las llamas y a todos los cómplices de mi asesinato y el de muchos otros desapareciendo junto a ella… yo sabía que muchos de los que trabajaban ahí lo hacían por necesidad, nuestro barrio era uno de los más marginales, supongo que es una de las razones de por qué la pusieron aquí (a quién le importa nuestra vida más que a nosotros mismos), por eso planifiqué muy bien mi venganza. Por otro lado, sabía que ninguno de los que estaban ahí, ni siquiera los más altos jefes eran las verdaderas mentes culpables, ellos estaban lejos, a miles de kilómetros quizás, llenándose los bolsillos de dinero a costa nuestra, pero imposible alcanzarlos a ellos, por lo que les daría en lo que más le duele, justamente en sus bolsillos, sabía que esa fábrica era una de las más importantes que tenían, una de las más eficientes y productiva. Luego de retorcernos de risa y sufrir por nuestra inminente separación, hicimos el amor lentamente disfrutando cada momento de nuestra unión carnal, no sé si fue la vez que más disfruté haciéndolo, pero fue increíble, sentí cómo mi cuerpo se derretía de placer y mi amado amigo enloquecía junto a mí. Pasaron muchos días, meses quizás, planificamos bien todo, yo hice todo, no quería involucrarlo en nada, él seguiría vivo, aunque era mi leal cómplice yo hice todo lo necesario, nadie tenía por qué saber que él conocía mis pasos, ese secreto era sólo nuestro y ahí quedaría, entre nuestras sábanas, en aquellos momentos que se desvanecían. Mis hijos supieron que moriría, no entendieron muy bien, tenían ocho y diez años, y por primera vez sintieron la rabia que yo recordaba haber sentido desde siempre. Poco a poco me fui debilitando, me costaba caminar, me costaba respirar, hablar, moverme, sentir, reír, amar… era el momento, no podía seguir extendiendo mis días. Me propuse deleitarme con cada segundo del poco tiempo que me quedaba y lo hice, lo hice hasta ese día y ese día disfruté haciendo todo lo que hice para por fin poder vengarme, poder vengar a todos los que como yo morían y sufrían, y no sólo por esa gran mole de cemento que habían instalado cerca de mi casa, sino que también de todos aquellos atropellos que sufríamos día a día por ser considerados nada en el mundo, una simple cifra que se borra fácilmente con una goma. Había conseguido trabajo para la fábrica hace una semana, era horrendo estar ahí, pero facilitaba mi acceso al lugar, pude contemplar desde adentro lo que tantas veces repudié mientras regaba mis plantas o iba a la feria por unas verduras, que horrendo lugar, que sucio lugar, que asfixiante lugar, que frío era. A las nueve de la mañana me dirigí al altavoz con el arma que había conseguido en mis manos y dije que exigía que todos salieran de la fábrica y que si no me obedecían no dudaría en disparar al que se interpusiera, todos huyeron al instante. Quizás sólo soy una demente suicida llena de rencor, pero ahora estoy aquí, apunto hacer esto cenizas y acabar con esta pesadilla sonriente… aunque quedan otras muchas.

Comentarios

Entradas populares de este blog

CRISIS

Decidir por la muerte

El derecho a la fuga