Anoche tuve un sueño


Anoche apareciste en un sueño azul recubierto de oscuridades que nacieron en tu alma y se habían carcomido tu suave piel, anoche apareciste en mis sueños y me succionaste el alma suave como se toca las cuerdas de un arpa, anoche apareciste en mis sueños y temblé y cuando abrí los ojos estaba en medio de nuestra casa blanca de dos pisos, durmiendo en un colchón sucio, por mí, por el perro, no lo sabía ya. Me levanté y vi a los amigos de siempre sentados o de pie por aquí, me saludaron, apenas llevo una camiseta puesta, pregunté si te han visto rondando con el entendimiento perdido o olvidado y negaron con la cabeza en silencio, por la ventana vi el humo de la fea ciudad y me pregunté en qué barrio andabas juntando trozos de cemento en los bolsillos rotos, prendí un cigarro mientras sonaron mis tripas vacías, recordé que le había dicho a mi madre que la visitaría, recordé que olvidé ordenar la mochila con las cosas que llevarías para los gatos que viven cerca, recordé que no nos queda qué cocinar y que no tenía ganas de levantarme esta de la escalera donde fumaba y miraba por la ventana mientras esperaba, quizás, que volvieras luego con los ojos blandos.

Volví al colchón gastado de besos y sueños, miré el techo y un estruendo sucumbió las murallas, de prisa vi que venían corriendo algunos chiquillos conocidos que cerraron la puerta violentamente, me precipité en bajar y escuché que tú, que acabas de succionar mi alma con un beso durante un sueño mañanero, estabas perdido entre las cenizas de la capital, que te habían abrazado brazos indeseados, que te habían arrastrado lejos, que te habían puesto una soga al cuello porque cuando ellos venían fuiste más fuerte hacia ellos y alguno pereció bajo tus manos furiosas, corrí por las calles de barro, en calzones y sin zapatos, las casas de madera se me hacían enormes y un hombre sobre un caballo me indicó donde estabas y sin percatarme que un par de alambres rajaban mis piernas brinqué sobre una muralla para poder abrazarte, no había nada al otro lado y desesperada me senté sobre un circulo de madera puesto sobre la tierra. Lloré esa angustia que te da que saber que todos los días son irremediablemente iguales, lloré por saber que todos mis días iguales no tendrían más esos olores a sexo, fuego, piel y cuerpo que expele tu vida agotada, lloré porque me gusta tu sonrisa y la sentía perdida, lloré y oí tu voz bajo la mía, bajó las tablas y asomé mi cabeza a un pequeño agujero que había entre ellas y entre sombras pude ver el brillo tus tristes ojos negros, tu no veías nada y metí mi mano, te pedí que la sostuvieras para sentir algo de tu sangre correr bajo ella, esas pulsiones de la sangre ardiente que compartimos, de la sangre que se nos apremia a los labios cuando estamos cerca, y te pregunté si estabas adolorido, oí pasos y voces que decían que mañana te ahogarían, corrí, salté y me escondí.

Supliqué de vuelta en casa que fuéramos por ti y lo hicimos. Todos corrieron por una calle y otra vez se oían gritos, y otra vez fueron más rápido cuando ellos vinieron y yo salté la muralla, estabas solo, y con un mazo azoté los tornillos y te ayudé a huir de tu celda en el suelo, te vi la piel morada e hinchada y aunque quise abrazarte y dejarme llevar otra vez hacia ti, te tomé entre mis brazos y subí la muralla, apenas pesabas como un niño, fuimos a la casa blanca y nos sentamos, todos volvieron juntos, ellos eran más y más fuertes y todos intentaban abrir las puertas y ventanas, yo luchaba para que no pudieran abrir, tu descansabas tendido en el viejo colchón, ciego, callado, asustado, sin voz, casi sin aliento, ellos insistían, muchos gritos se oían y de pronto la casa comenzó a volar, sí, eso digo comenzó a volar, y nuestros amigos asustados saltaron por las ventanas, tú anonadado no podías moverte de ahí, yo no sabía cómo moverme, nos alejábamos de la masa, del suelo, cerca de las nubes, temía que cayéramos de pronto y caímos, caímos sobre el mar, te lleve a un agujero que había bajo la escalera y te pedí que nadaras y pasaste apenas y tras de ti el mar me adormeció, me adormeció y me llevó a una vieja calle, a una vieja esquina, con una vieja señora que me reconoció y secó algunas de mis lágrimas que sofocaban las preguntas que mi torpe boca tenía, envuelta en la incertidumbre de no saber nada de ti, del mar por el que te fuiste reconocí nuestra calle y nuestra casa blanca en la esquina, corrí abrí la puerta, subí por las escaleras en medio de la fiesta, una vieja fiesta de hace un par de años, nadie me veía, nadie me miraba, la vieja señora me dijo que estaba perdida en el tiempo, en el pasado de las semanas, y nos vi, abrazados en un rincón, vi de tu camisa salir tus manos sobre mi cintura, mis piernas tapadas por el vestido negro, abrazados en un húmedo beso y lloré nuevamente la angustia de no sentir tu lengua ahora, de no sentir el calor y tus latidos bajo el pecho, la mire a ella arrugada y comprendí que estaba sin estar en otro tiempo nuestro y que ya nunca más sentiría nada.

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