El bus fantasma


Cuando llegué acá, lo primero que vi fue cómo caía la pintura de las murallas a pedazos. Miré a mi mamá llena de pena y desilusionada. Ella sonreía y me preguntó: “¿Te gusta tu pieza nueva, Sofía?”. “Sí, mamá”, le respondí. Ella no notó que no era lo que yo esperaba, nunca notaba nada… era tan fácil mentirle. Todos podían ver mis mejillas rojas y mis ojos cerrados cuando lo hacía, menos ella. Hace un par de años que ya no veía y nunca más lo volvería a hacer.

Ese día no me fui a mi casa nueva, nos quedamos una semana más en casa de la abuela, que poco a poco se secaba hasta hacerse tierra en donde sembrar flores. De la mudanza no supe nada, estaba emocionada, aunque un poco menos después de ver nuestra casita nueva. Mi mamá cantaba todo el día de alegría y eso calmaba un poco a mi corazón. Desde el accidente que no estaba tan feliz, a mí me costó menos superarlo, un poco porque no comprendí bien lo que pasó y un poco porque a mí no me pasó nada. Aún no podía comprender que las cosas habían cambiado esa noche de lluvia cuando una micro fantasma lanzó a mi padre por el parabrisas y a mi madre la dejó en la oscuridad.

En fin, volviendo a la casa. El primer día en que íbamos a dormir ahí, yo me fui a la escuela y esperé ansiosa que llegaran las seis de la tarde para que mi abuela me fuera a buscar. Cuando llegué a la casa, la pintura estaba de vuelta a las paredes y, por primera vez, vi aquel árbol que adornaría mi ventana las cuatro estaciones por los siguientes quince años.

Para mi despedida, mi mamá preparó un pie de limón. Con los años, podía hacer todo por ella misma, sobre todo después que la abuela nos dejó. Nos sentamos a la mesa. No me acuerdo qué comí, tenía la panza apretada, estaba apunto de arrepentirme de abandonar aquel lugar. Si ella me hubiera dicho quédate, lo hubiera hecho; sin embargo, a pesar de la gran pena que sé que sentía (la soledad no es sinónima de alegría para nadie), ella se mostraba optimista: me hablaba del futuro, de que me visitaría, que me llevaría pasteles y flores para que pusiera en el balcón, decía que ella sabía cómo era el lugar donde me mudaría (aunque no tenía la certeza de que fuera igual a la imagen que se trazaba en su mente) y que era un lugar hermoso para estar en paz. Yo lloraba, lloré tanto, la abracé… aplacé lo que más pude la partida.
-Sofí, no llores, yo estaré bien, te vas a quince minutos de aquí.

Tomé el micro fantasma en medio del puente que colgaba entre la isla en que vivíamos y la gran ciudad. Se fue por las montañas que permanecían verdes, las luces de la calle dejaban ver a las parejas a lo lejos, la sombra de los gatos colgaba de los árboles, el bus se reflejaba en el mar, las estrellas se veían lejanas y, de pronto, un auto atrapado en medio del bus, oí el grito de una mujer, vi a un hombre destrozarse en el cielo y caer al agua, y a una pequeña niña contemplar aquel espectáculo.

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