la libélula!

- La misión es simple. Ella me dijo dónde estaba. - Pero, ¿qué cosa? - No sé, sólo me dijo que eso iba a servir para que mi papá volviera a casa ¿me vas a ayudar? Sabes que lo extraño demasiado. - Tengo que pedirle permiso a mi mamá primero y después… - No, no le tienes que contar a nadie… Marta dudó un segundo: Yo sé cuánto extraña a su padre- pensó- no lo ve hace mucho. - ¡Catalina, ven, ya es tarde!- se escuchó a lo lejos. - Ya, mira, entonces, mañana vendré a buscarte temprano. Lleva cosas para comer. No creo que sea corto… - ¡Catalina! - Ya voy- corrió a casa- chao, Marta. Mañana nos vemos. Marta se quedó bajo la luz de la luna pensando. ¿Y se les pasa algo? Después de todo, ella nunca se había quedado fuera de casa. Y qué era eso que iban a buscar. No entendía mucho y se hacía tarde así que recogió sus muñecas y caminó a casa. Abrió la puerta, su mamá planchaba mientras cantaba, sus hermanos mayores hacían las tareas. Cuando llegó, miró el suelo y vio sus rodillas llenas de barro y sus zapatos de charol pelados de tanto correr. De inmediato se fue a la ducha, quedó limpia, comió algo caliente y se durmió pensativa, con el estómago apretado. Por su lado, Catalina no paraba de pensar en la mujer chiquita que la noche anterior se paró en su ventana. En su corazón sabía que ella no le había mentido, aunque le confesó eso bajo amenaza. Todo comenzó en la media noche, cuando despertó de un estornudo. Medio dormida vio unos ojos pequeños mirándola, como dos hormigas, volvió a dormir, y entonces reaccionó y despertó asustada. -¡Ay! Por qué me botas, tienes que tener más cuidado ¿no ves que me puedes hacer daño? Así no se recibe a alguien que viene a traerte una buena noticia. - ¿Quién eres tú?- preguntó incrédula- ¿qué haces aquí? - Esa es una respuesta que no conocerás, yo me largo, me gusta que me traten bien. Cuando se lo diga a tu padre… - ¿A mi papá?- gritó-¿lo conoces? - Sí, pero no grites. Ya me voy, chao. - Oye, tú no te vas hasta que me digas qué te dijo mi papá- La tomó del ala. - ¡Suéltame! ¡Oye, niña, suéltame que me haces daño!- Catalina se negó- Esta bien te lo diré, pero sólo porque quiero mucho a tu padre, el pobre. No sé cómo te extraña tanto… Sin que ninguna de las dos pudiera dormir amaneció. Llenaron la mochila con un chaleco y mucha fruta. Partiendo antes de que alguien despertara y corrieron a toda velocidad. Veía mis pies pequeños moverse uno tras otro, sentía que volaba, la mochila ni me pesaba, Marta tomó mi mano, nos miramos y sonreímos. Ciertamente nos divertíamos juntas huyendo de casa. Por primera vez teníamos un objetivo que cumplir en la vida. Uno inventado por nosotras, que nadie nos impuso. Yo llevaba soñando mucho tiempo cómo hacer que papá volviera a casa, ni siquiera sabía muy bien en dónde estaba ni por qué. La casa nunca estaba en silencio, siempre se escuchaba gente ir y venir por los pasillos: a los amigos de mi mamá, mis hermanos, a ella que trabajaba demasiado… no sé para qué si siempre estábamos contentos, corriendo de a un lado a otro, haciendo comida de tierra y hojas, todos sucios recortando figuras de papel para inventar un drama…En las noches yo pensaba en él, corría la cortina y miraba el cielo. Me imagina su piel, sus ojos, su olor… Mientras no salí de casa, no me hizo falta, porque donde vivía esos roles no estaban marcados, sin embargo, cuando comencé a crecer mis vecinos murmuraban… mis amigos me preguntaban… ¿quién es tu papa, Catalina?, yo no sabía qué responder. - Carola, tú eres mi mamá ¿verdad?—le pregunté un día mientras ella ordenaba los libros. - ¿Por qué me preguntas eso? -me miró y sonrío. - No sé… ¿pero tú me pariste verdad? - Sí- se sentó cerca de mí y me acarició la cabeza- ¿por qué me preguntas eso? - Porque tenía la duda- al comienzo no me atreví, dudé, sabía que era el mejor momento, estábamos solas en casa. Titubeando dije- ¿y mi papá? - Tú papá no vive acá. - Sí sé, o sea creo que sé porque no me parezco a nadie- miré la alfombra- es que los niños dicen que mi papá… - Javier. Así se llama él, tú lo conoces, lo que pasa es que no lo ves hace mucho tiempo. Él se tuvo que ir- si bien era muy chica, en ese momento pude ver que sus ojos se pusieron tristes. Por eso me callé y no seguí preguntando, de todos modos con lo que sabía era suficiente. Por unos días no salí de mi casa, Carola y Joaquina se preocuparon, recuerdo que miraban con atención las cosas que hacía, aunque no me preguntaban nada. Tal vez para que no me sintiera invadida. A menudo iba a la habitación de Rafael, un amigo que teníamos en casa (ahora me da risa, para mí era normal sentir que era mi amigo, no me importaba que tuviera veinte años más que yo). En fin, me sentaba a mirarlo tocar guitarra y leer, él no decía nada, no le importaba que lo observara. De vez en cuando me miraba y sonreía, preguntaba “¿no tienes nada mejor que hacer?” y como yo no respondía, me abrazaba. Cuando nos sentimos seguras, nos sentamos a descansar. No sé qué tan lejos estábamos de casa. Con los años las distancias son tan distintas, los tamaños… quizás todo. Ahora Carola se ve tan pequeña, y recuerdo que cuando era niña me subía a una silla para cantar con ella cuando ensayaban en el patio, era lo mejor. Sacamos unas manzanas y comimos mirando las copas de los árboles. Era un bosque hermoso que había al frente de nuestras casas. A Marta no la dejaban ir, así que lo estaba conociendo. Recuerdo lo sorprendida que estaba mirando los árboles altos, sentada en la tierra seca mientras los escasos rayos de sol hacían brillar su cabello castaño, luego corría como loca buscando no sé qué, miraba los animales que jugaban o buscaban comida, no lo recuerdo… yo estaba fascinada. Nunca olvidaba lo que me llevaba a estar ahí, por eso las horas se me hacían eternas: quería encontrar a Javier. No aguantaba las ganas de verlo en casa con los demás… esos días de silencio había logrado recordarlo… se había marchado cuando yo tenía cinco años, y había dejado sus cosas en casa. Pude encontrar algunas fotos, su ropa y una caja con discos que estaba bajo la cama de Joaquina. Marcela, una niña un poco mayor que yo, me decía que él no podía volver aunque quisiera, yo no la entendía: cómo alguien no iba a poder volver si quería. Ya había pasado bastante tiempo, nuestras manzanas se habían terminado. Volvimos a caminar. Nunca había llegado al final del bosque. Cuando el sol estaba cerca del mar, nos encontramos en una quebrada inmensa. Bajo nuestros pies estaba la playa, bien abajo eso sí.
Como ya iba a ser de noche, no quisimos seguir caminando. No sabíamos a dónde terminaba el camino y en la oscuridad nos podíamos caer o perder, lo mejor era buscar a dónde dormir. Marta se durmió, yo la abracé para no tener tanto frío mientras recordaba las instrucciones de la mujer chiquita. No había olvidado ningún detalle, todo estaba en mi mente. Por unos minutos temí… ¿y si nunca lo encontraba? Pero me dormí y fue lo mejor. Nuestro último día de viaje fue entretenido, una aventura. Bajamos la quebrada, no sé cómo porque era peligrosísima. Yo no tenía miedo, Marta sí. No me dijo nada, pero temblaba y se mordía el labio. Miraba hacia abajo, su mochila. Cuando llegamos al otro lado no lo podíamos creer… ustedes tampoco lo creerán. Era una ciudad sobre un suelo peludo, como una alfombra, suave, que tenía unos árboles torcidos llenos de ¿personas? que se arrastraban con cara de tranquilidad, o eso aparentaban. Cuando No sé cómo me vi volando sobre la ciudad. Mucho no la conocía, pero me habían hablado como para poder reconocerla. Volábamos sobre una libélula de alas tornasol y gigantes. Se dio mil vueltas, llegó a un edificio gris de altas paredes… giró mil veces a su alrededor, tiraba unos polvos que sonaban con estruendo. Salió mucho humo, y muchas personas se veían correr abajo, con miedo y alegría… ¿Qué era ese lugar del que todos huían con tanto entusiasmo?, ¿por qué Javier estaba ahí si era tan gris y poco acogedor…? Después lo supe… él nunca quiso estar ahí. Nadie supo cómo habían pasado las cosas. Carola aún no lo sabe. No se lo digan, dirá que les miento, yo tampoco me lo expliqué jamás. Cuando volví al pueblo de las rocas, me desmayé y desperté en mi cama con el ruido de la puerta: era Javier que venía llegando. Cuando lo abracé se sorprendió de que lo recordara… como yo me sorprendí cuando Marta me confesó que también recordaba algo como eso, pero que no me lo dijo antes porque prefirió pensar que era un sueño.
Comentarios
Publicar un comentario