EL ÁRBOL

Un parpadear suave y lento, pausado, un rostro sencillo, una nariz pequeña, unos labios de dientes diminutos, una niña con un vestido azul sentada en el patio de su casa observa un árbol.
Paciente, en silencio y ajena a lo demás. Ella sólo mira. Sus ojos infantiles, llenos de universo, ven sorprendidos mientras piensa que es realmente un árbol increíble. Él tiene un tronco grueso y firme enraizado al piso, con caminos estrechos y profundos de color café, a veces más oscuros, a veces más claros, divididos en dos direcciones opuestas que culminan en una única copa verde constituida por millones de hojas.
Su mirada es inmensa y cansada, pero sin el ademán de ceder jamás ante el espectáculo, el corazón bajo la piel le palpita inquieto, con tanto ritmo que dan ganas de bailar. Bajo su chaqueta, su cuerpo de cinco años permanece caliente, lleno de energía.
El mismo viento que golpea sus mejillas comienza a balancear unas hojas del árbol allá en la cima de su majestuosidad. Mira hacia arriba y por el cielo celeste avanzan un par de pomposas nubes blancas, se acercan y pasan, sin detenerse. Todos caminan por el árbol, hormigas y otros bichos desfilan como en un pequeño paraíso.
Y él jamás será suyo. Estará ahí siempre… quiere tanto conocerlo. Mirarlo horas enteras, desde todos los ángulos, desde la derecha a la izquierda y por los otros lados, desde el suelo hasta la última hoja, contarlas todas, tocarlo entero, olerlo, conocerlo con los ojos cerrados, sin manos ni olfato… guardar su imagen para siempre, aunque sea efímera. Piensa cuánto tiempo necesitará. Luego sonríe y corre hasta él, lo abraza como quien abraza a un amigo y lo escucha, está vivo como ella y nunca lo conocerá como quiere. Cada día será diferente y, cuando termine de conocerlo, tendrá que empezar de nuevo, porque tendrá una nueva hoja, un nuevo brote, será otoño, primavera o invierno, habrá un nido entre sus ramas… así como ella nunca será la misma, así será el árbol : imposible, eterno, sencillo.
Se alegra de esta nueva noticia y se va a acostar tranquila cuando su madre la llama al interior de la casa. Al día siguiente, abre las cortinas de su ventana y afuera no está el árbol, sale corriendo de su pieza, le pregunta a la madre dónde está… ¿se mudó de jardín o voló increíblemente hasta alcanzar una nube suave, llena de agua para enraizarse?... pero lo halla botado a los pies de la puerta, muerto.
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