La juguetería

Era una noche especia, no sabía muy bien por qué, pero todos corrían por la casa contentos, traían y llevaban paquetes de colores brillantes, se peinaban y reían. Su mamá la había despertado y esperaba sentada al borde de la cama que la terminara de vestir. Era un poco agobiante sacarse y ponerse la ropa, levantar los brazos, forzar para que la cabeza entre por el cuello, del vestido azul con lunares, afirmarse las mangas de la camiseta para que no queden subidas y no molestan más tarde, las pantis bien arriba, los calcetines con blondas y los zapatillos de charol perfectamente limpios. Si que era un día especial. Se miraba en el espejo mientras a punta de tirones su mamá le desenredaba el pelo, lucía bien atrás de las lágrimas, no se quería levantar, era tan temprano.

Se subió al auto, sentó atrás contaba los postes, miraba los árboles, jugaba con sus piernas, se miraba en el reflejo de la ventana, saludaba a los niños que iban en el auto de al lado... algunos le respondían con una sonrisa, otros con la lengua afuera. Bostezaba. Hasta que el auto se detuvo. Caminó de la mano con su mamá hasta un lugar realmente maravilloso. Nunca lo imaginó en sus sueños, era un palacio, lleno de juguetes, los más bellos y coloridos juguetes. Autos de madera y de metal, de colores de todos los tipos, muñecas de plástico, de goma, de género y papel, casas de todas las formas y tamaños, legos, cartas, bicicletas en miniatura, el mundo en miniatura, sintió que no cabía tanta emoción en su cuerpo, se sentía realmente feliz, no podía controlar sus movimientos, corría de allá para acá, no podía escoger nada, no podía detenerse, con todo su imaginación crecía, sentía que iba a explotar de felicidad, de ganas de hacer eterno ese momento.

Nunca se había sentido tan feliz.

En ese momento, su mamá le anuncia que puede escoger sólo uno. Sólo uno. Era imposible. Los quería todos. Todos para ella. Pero sólo debía elegir uno. Miró, para todos lados, eran todos tan bellos... cómo dejarlos abandonados ahí... sólo quería darles una historia. Pero sólo podía ser uno, de inmediato pensó en una muñeca, siempre habían sido su juguete favorito, quería una de esas de bolsillo, de esas que son del porte de la mano, muy pequeñas y singulares, con varios accesorios. De pronto, encontró una como la que buscaba y, además, para su felicidad traía hermanitos, así que en lugar de una muñeca se llevaría cuatro. Saltó de emoción.

Le pasó lo que había escogido a su mamá y mientras ella revisaba la caja corrió por los pasillos y se llenó el vestido con todo lo que quería, con todo, con las cosas que siempre había soñado tener. Y volvió a la fila. De pronto se empezó a sentir mal y a llorar. No, no podía ser, no quería despertar, no quería dejar de ser así, de estar con su mamá en ese lugar... no podía ser un sueño, pero lo era y despertó llena de lágrimas en su cama y con treinta años.






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