Cuatro murallas
Casi caes a un precipicio y despertaste para morir quemado por la lava de un volcán, abriste los ojos por última vez asegurándote que seguías aquí en la tierra, sobre ella…. Y volviste al sueño una y mil veces, escaleras mecánicas, trenes que arrollan tus piernas, mujeres descabezadas, horror, persecución, sabías que era un sueño… pero esta vez no pudiste despertar.
Y, cuando lo hiciste, era demasiado tarde, seguías aquí, sólo que ahora habías descendido y te encontrabas en el interior de la tierra mojada llena de vida ardiendo por devorar tu carne cuando pereciera. ¡Hubiera sido mejor no despertar nunca! Qué horrible muerte tres metros bajo tierra. En un angosto cajón, por qué me han dejado acá, ayuda.
¡Mamá! ¡Sáquenme! ¡Estoy vivo!
Una suave alfombra que te cobija, los gusanos comienzan a acercarse, no puedes mover tus pies, ¿sigo soñando? Esos gritos, ese llanto de mi madre… el fondo de mi sueño era la realidad. Sentiste miedo y desconsuelos mientras tus pulmones se quedan sin aire limpio que aspirar, lloraste angustiado, golpeaste mil veces lo que tenías al frente, el escaso espacio acalambraba tus miembros impedido de mover tus articulaciones y tu cabeza, un momento de esperanza, gritaste cuanto dio tu cuerpo, pero nadie te oyó, nadie escucha a los muertos, aunque estén vivos. A quién puede importarle si sigues vivos, ellos se lamentan, sólo hacen eso.
Mientras tu madre ordena lo que fue tu cuarto, espera verte entrar por la puerta con la sonrisa de siempre, con la camiseta transpirada, con las zapatillas embarradas, cantando en la ducha, sintiendo la ausencia que has dejado al entregarte a aquella pesadilla de ciudad, suspira la pobre anciana volviendo a la cocina envuelta en lágrimas…
Y ellos te han despedido, te han dejado ahí solo, bajo la tierra húmeda que sigue cayendo sobre el cajón… intentas abrir pero son demasiados kilos para sacarlos de encima de ti, muchas lagrimas derramadas sobre el cajón rasguñado de vida.
Y, cuando lo hiciste, era demasiado tarde, seguías aquí, sólo que ahora habías descendido y te encontrabas en el interior de la tierra mojada llena de vida ardiendo por devorar tu carne cuando pereciera. ¡Hubiera sido mejor no despertar nunca! Qué horrible muerte tres metros bajo tierra. En un angosto cajón, por qué me han dejado acá, ayuda.
¡Mamá! ¡Sáquenme! ¡Estoy vivo!
Una suave alfombra que te cobija, los gusanos comienzan a acercarse, no puedes mover tus pies, ¿sigo soñando? Esos gritos, ese llanto de mi madre… el fondo de mi sueño era la realidad. Sentiste miedo y desconsuelos mientras tus pulmones se quedan sin aire limpio que aspirar, lloraste angustiado, golpeaste mil veces lo que tenías al frente, el escaso espacio acalambraba tus miembros impedido de mover tus articulaciones y tu cabeza, un momento de esperanza, gritaste cuanto dio tu cuerpo, pero nadie te oyó, nadie escucha a los muertos, aunque estén vivos. A quién puede importarle si sigues vivos, ellos se lamentan, sólo hacen eso.
Mientras tu madre ordena lo que fue tu cuarto, espera verte entrar por la puerta con la sonrisa de siempre, con la camiseta transpirada, con las zapatillas embarradas, cantando en la ducha, sintiendo la ausencia que has dejado al entregarte a aquella pesadilla de ciudad, suspira la pobre anciana volviendo a la cocina envuelta en lágrimas…
Y ellos te han despedido, te han dejado ahí solo, bajo la tierra húmeda que sigue cayendo sobre el cajón… intentas abrir pero son demasiados kilos para sacarlos de encima de ti, muchas lagrimas derramadas sobre el cajón rasguñado de vida.
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