CRISIS
Año
97. La crisis, la sequía, las inundaciones, que llueva que llueva la vieja está
en la cueva, la cola de los obreros afuera de la obra, los departamentos
regalados por la nueva democracia tapados con nylon bajo la lluvia, las
protestas por el derecho a una casa, los niñitos helados de cualquier
campamento en la vitrina de los lamentos, las ilusiones de la gentes aplastado
bajo la suela de los zapatos embarrados, más asfixiada que la niña tapada por
un plástico después de que no escuchó la micro por ir con audífonos intentando
sentir la vida, porque todos confiaron en una mejor vida, hasta el año 97.
Qué
rápido se nos olvida la crisis y miramos con indiferencia a siete mil personan
andando por una vida, que avanzan perdiendo, porque es mejor caminar hacia
adentro, hacia la tierra, no hacia el norte. La estrella del norte nunca
iluminó realmente el camino de los esclavos. Era una ilusión. Solo encontramos
calor de las estrellas entre nosotros, apoyándonos en la hoguera sobrevivencia
con todo lo que eso implica.
Cinco
años después se creían los jaguares de América Latina.
La
olvidaron. Sin embargo, esa crisis la dejó a ella en el paseo ahumada, con sus
dos hermanos, esperando que los papis dejaran la cana, la misma que nunca sería
un verdadero hogar para ella incluso habitándola constantemente. La crisis la
dejó abajo del Mapocho fumando su primera pasta a los ocho años, saqueando el
Tricot de la calle Puente porque en ese tiempo era la papa, quién sospechaba de
tres niños, no había ni alarmas. Arrancándose cada vez que podía del SENAME,
apuñalando a un gil en el peladero para que no la volviera a violar.
En mi
cama, tomaba la mamadera y veía la crisis por la tele, con dolor de guata
porque sabía que éramos pobres, que teníamos que volver donde los abuelos porque
no había plata para el dividendo, pero había amor, redes, sueños. A mí la
Crisis se me olvidó, nunca la vi a ella.
La
Crisis no pasa, está latente. Hay que estar atentos. Sus papis solo volvieron a
ratos, alcanzaban a juntar algo plata para ser ficha antes de quedar patos
encerrados de nuevo, nos conocimos en una esquina el otro día, cuando la vi,
supe que no tuvo ninguna hoguera en donde entibiar los pies, aunque en alguna
ocasión fuimos vecinas. Me quitó la mochila. Grité. Ese fue mi último grito.
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