El derecho a la fuga
A veces me creo libre. Voy apretada en el metro, intentando
disfrutar la música esa que más que de los audífonos siento que sale rapidita
de mis entrañas, como unos latidos que se apresuran en mi pecho y que suelta
muchas cosas que viven en mí- y creo que en ti también- casi casi siempre, y
siento ese impulso de fugarme, me lanzo del carro. Sentada en el andén, me
demoro en pensar qué hacer, aunque siempre hago lo mismo.
Lo primero es lo primero, inventarle una mentira al jefe.
Al jefe que ya no me cree. Alguna vez pensé que era inútil
mentirle- ojalá no lea esto, que necesito la plata- y dejé de hacerlo, pero se
enojó más, incluso sabiendo que le miento, así que decidí escribirle igual la
mentira respectiva sin falta.
Me enfermé.
Se enfermó la guagua.
Tuve que salir de Santiago.
Estoy en una crisis existencial dramática y suicida.
No, eso nunca le he escrito, aunque creo que eso se imagina.
Es que no me puedo escapar de mi realidad de mami tan
fácilmente sin quitarle tiempo de amor a las crías, entonces prefiero robarle
tiempo de mi vida al trabajo, es entendible. Después de todo es pedacito de mi propia vida
la que recupero. Y tampoco es que lo haga siempre, nunca tan descarada.
Mi jefe me odia, pero no me despide, ya no me saluda, me
dice que soy una anarquista (a mí me encanta que me diga eso, si supiera que me la
creo), una pésima funcionaria, pero buena profesora, antes me tenía fe, siempre
me ponía de ejemplo por creativa. Hasta que me caí al ácido, como dicen los
colegas, y me puse a bailar ahí adentro toda quemada, siempre es más rico estar
calentita. Yo me imagino que este año sí o sí me echa, siempre me lo promete,
yo siempre me la creo. Aun así, puedo decir, con certeza, que este año me he
portado mejor. Juro que intento llegar a la hora y me visto más decente. Mi
consuelo es que me encantan las chukis de la escuela, me nutren el alma.
Luego, esos días que me creo libre, me vengo a la biblioteca
a escribir o a leer o a dibujar o hacer diálogos imaginarios con gente que ya
no hablo a la cual seguramente nunca le diré lo que siento/sentí o pienso/pensé.
Escribo e invento historias sin
escribirlas. Me acuerdo de las cosas que he vivido, que no han sido tantas
porque siempre me ha atemorizado la vida y fui mami joven, me acuerdo de las historias que me
cuentan y siempre tengo a mano los discursos de mis amores, esas reflexiones cotidianas
tan asertivas y, por supuesto, las canciones, que nunca falten las canciones.
Escribir es como fugarse un poco del planeta y de la
realidad, como dicen los actores, cuando uno escribe (o actúa) deja de ser una
solamente, y te conviertes en todo y en nada o en cualquier cosa.
Puedo mirar por muchos ojos y se me olvidan los límites.
Me fugo del metro, del trabajo que siempre, siempre te roba
la vida y me escondo en las letras, en cualquier sonrisa que me traiga un
sentimiento, eso es para mí escribir: el derecho a la fuga.
A la fuga momentánea porque al otro día vuelvo solita
apretada en el metro a la pega a saludar al jefe.
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