Decidir por la muerte
La chola vivía en el tejado de la casa de mi abuela, el tejado de esas típicas casas rojas de dos pisos hermanadas de a ocho que repartió el dictador local a los pobres de las periferias de la ciudad, no era tan chicas como las que sus sucesores democráticos otorgaron en la década de los noventas en las nuevas poblaciones, ahora llamadas villas, que proliferaron en antiguos terrenos agrícolas. Hoy, en muchas de esas villas, la pasta base mata en vida a las niñ as que fueron paridas y paren en el hacinamiento. Mi abuela apenas caminaba entre murallas de su anhelado hogar, tenía ochenta años cuando conoció a la cholita, hace unos veinte había podido, por fin, habitar en una casa con suelo. Había parido doce veces y le dolían las rodillas porque se descalcificó en los embarazos y porque mi abuelo siempre le pegaba en las piernas cuando se curaba, a pesar de eso, se las arreglaba para arrastrar los pies y dejarle a la cholita un plato de sobras para que no pasara hambre. La chola paría sin...